EL JUEGO DE LOS BOLOS
Villasinde es el único pueblo que conserva este juego en su forma
más primitiva, tal y como lo jugaban los peregrinos del camino
de Santiago siendo uno de los vestigios relevantes de la cultura dejada
por éstos y que ha perdurado hasta el día de hoy.
Este juego, muy arraigado en Villasinde, es completamente diferente
al conocido juego de los bolos practicado en el resto de los pueblos
de la península ibérica.
Su practica, aparte de la técnica y la maña requiere del
añadido de la fuerza. Los bolos son mucho más pequeños
que los normales: entre 13 y 15 cm de altura y unos 3 cm de grosor y
están hechos de encina. La bola cuenta con una pequeña
huella donde alojar la yema del dedo pulgar para mayor sujeción
y oscila ente los 8 y 10 cm de diámetro. Todo está hecho
a mano, sin ningún tipo de torneado. Los bolos se colocan en
fila sobre la cara plana de una piedra sujeta al suelo y que sobresale
apenas dos o tres centímetros. Se adhieren a la piedra por su
base con una pequeña porción de bosta de vaca (bula) de
forma que formen una pequeña barrera delante del jugador. Éste
con la bola bien sujeta con la mano y alzándola a la altura de
los ojos para apuntar retrocede unos metros y inicia una pequeña
carrerilla para imprimir fuerza hasta llegar a unos 50 o 30cm de los
bolos lanzando la bola contra éstos que, a su vez, salen disparados
como proyectiles. Algunos jugadores llegan a desplazar los bolos cerca
de 70 o 80m. La zona de juego tiene unos pequeños surcos que
a modo de línea indican la distancia donde han llegado los bolos
y la puntuación que suma cada uno. La bola debe pasar al menos
la primera marca para que la jugadas sea valida pues en ocasiones en
el choque con los bolos pierde toda su fuerza y queda parada a escasos
metros. Los bolos que quedan de pie restan puntos. Se requiere por tanto,
de fuerza y destreza para golpear a los bolos en su parte más
baja de forma que éstos ganen altura y distancia en su desplazamiento.
Tarea nada fácil que requiere coordinación de movimientos
y puntería, como se comprueba viendo jugar a los jugadores inexpertos
que no aciertan a dar a los bolos o estrellan la bola contra la piedra.
Las partidas se formaban con seis jugadores por equipo y la apuesta
solía ser el pago por parte de los perdedores de un cántaro
de vino, galletas y refrescos que iban consumiendo durante la partida,
jugadores y espectadores. Lo que confería al juego en un importante
acto de relación social entre la vecindad así como a los
espectadores de otros pueblos que acudían al evento.